lunes, 28 de abril de 2008

El amuleto del mago


El cuervo apretó sus garras contra la carne del cuerpo sobre el que estaba posado cuando empezó a zararandearse con el viento. Había sido colgado boca abajo en un árbol, y al parecer llevaba ya varios días así. Desde aquel sitio, se podían oír unos gruñidos y gritos guturales procedentes de la cueva cercana.

Entre aburrido y curioso, el ave emprendió el vuelo hacia la cueva cuando los ruidos cesaron. Su planear se vio interrumpido con una fuerte contorsión de las alas, y cuando volvió a desplegarlas, el negro plumaje se había convertido en unas alas correosas, que colgaban a los lados de una parodia de un niño deforme y con la piel oscura y brillante.
Confundiéndose con las densas sombras de la cueva, se apoyó en el hombro de su dueña, una belleza siniestra de pelo corto y blondo. Hizo un gesto brusco con la mano derecha para limpiar la negra y espesa sangre de la cuchilla que llevaba atada con numerosas correas a su antebrazo, mientras se abría camino a través de un enorme y fétido corpachón caído en el suelo de la caverna.

Avanzó hacia un rincón del abrigo, apoyada en su bastón, el cual empezó a emitir de las numerosas joyas que llevaba incrustadas a lo largo de la madera una luz rojiza que iluminó el montón de cadáveres que había mal apilados en la despensa del troll. El más reciente vestía una túnica raída y al parecer había sufrido en su cráneo el beso de la tosca hacha de la criatura.

Tras un rato de búsqueda que le obligó a taparse la cara con un pedazo de tela, se giró con un pequeño objeto en la mano que aferraba con codicia.

-Por fin, Garra - le dijo a su demoníaco familiar mientras una media sonrisa se dibujaba en su cara.- Ahora que tenemos el amuleto, averiguaremos el secreto que se oculta en ese castillo.

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